Notas
del Subsuelo II
El Capitán Ángel Rivero Méndez, “Un hombre olvidable”
“Más luego,
cuando ya la tierra, tierra de su tierra, había llenado por completo la
sepultura, el cornetín de orden tocó silencio, el silencio eterno, y las notas
tristes y prolongadas del toque, como largos lamentos, vibraron en el espacio
de la tarde agonizante, hasta ir a contar a los dos castillos que fueron campo
de su mando en el período más álgido de su vida, la triste nueva de la muerte,
de la eterna desaparición de aquel soldado valiente y caballeroso, que tantas
veces paseó por sus almenas su figura arrogante y su valor patriótico”.
A la memoria de Don Ángel Rivero Méndez
por Conrado Asenjo, "El
Mundo", Marzo 19, 1930.
Por
razones que no puedo explicarme, en estos días llega a mis recuerdos el Capitán
Ángel Rivero Méndez, conocido también en sus escritos por el pseudónimo,
Remigio. De más está mencionar que no
conocí al capitán Rivero, pues murió allá para el 1930, mucho antes de mi
nacimiento. Conocí sobre la existencia
del Capitán cuando joven, visitando a mi abuela en su casa en Santurce, no sé
por qué razón, ésta me entregó en pedazo de papel de estraza una brevísima
nota: El Capitán Rivero era mi tío. Ese pedazo de papel lo guardé en el rincón de
los recuerdos.
Años más
tardes, una de mis hermanas contrajo nupcias en la ermita en el barrio las
Cuevas en Trujillo Alto, conocida por la Gruta de Lourdes. La Gruta de Lourdes
fue construida por el Capitán Rivero y su esposa Manuela Boneta y Babel en su
finca conocida como Villa Manuela. Doña Manuela era tía abuela de mi abuela
Carolina Clotilde de las Mercedes Diez de Andino y Adsuar.
Llama
sobremanera nuestra atención la antigua estructura que compone la ermita y las efigies, obras del escultor
italiano Enrico Arrighini, con mármol de Pietrasanta, Italia,
dispersas por el campo que inspiran hasta el menos creyente a caminar el Vía Crucis costumbre en la Semana Santa.
Ángel
Rivero Méndez nació en Trujillo Bajo en el año
de 1856, hijo de don Juan Rivero y doña Rosa Méndez, oriundos de las
islas Canarias españolas. El Capitán Ángel Rivero Méndez durante la guerra
hispano americana tuvo a su cargo la defensa del Fuerte de San Cristóbal, que
junto a los cañones del Morro
combatieron a la armada norteamericana que bombardeaban la Capital la mañana
del 12 de mayo de 1898. Luego de la derrota, y rendimiento del gobierno
español, Rivero tuvo el encargo entregar
al gobierno norteamericano la Isla de Puerto Rico. Entre sus obras literarias
se destaca Crónicas de la Guerra Hispano
Americana en Puerto Rico donde narra
extensamente los sucesos de la guerra.
No es mi
intención en este breve relato realizar una revisión de su biografía, pues está
disponible la literatura, en los medios cibernéticos; en el libro Desde mi Rascacielos de Don Juan Diez de
Andino (1963), (mi tío abuelo) y en el magnífico libro titulado Remigio, Historia de un hombre, Las Memorias de Ángel Rivero Méndez,
producido por la profesora Dra. María de los Ángeles Castro. No obstante,
releyendo su libro sobre la guerra hispano americana encuentro un pasaje que me
llama la atención y me remonta a lo que hemos aprendido como parte de la
historia de nuestro país, el popular grito de guerra Remember the Maine, utilizado por el gobierno norteamericano para
justificar el comienzo de la guerra y expatriar al gobierno español del
territorio antillano.
La
acorazada embarcación llamada Maine había
sido inaugurada en el 1895, tres años antes de que volara en pedazos y se
hundiera en el puerto de la Habana, Cuba. El crucero Maine se encontraba estacionada en
el puerto de la Habana como parte de una visita amistosa. Para el momento las
relaciones entre el gobierno norteamericano y el español estaban ya muy
tirantes por lo que el hundimiento del Maine fue el ingrediente que faltaba
para el inicio de la guerra.
El
Capitán Rivero en su crónica describe el suceso: El 15 de febrero, a las nueve y cuarenta de la noche, una terrible
explosión, seguida de otra menos intensa, destruyó completamente toda la proa
del crucero, que se hundió de aquella parte, hasta tocar fondo, en 11 brazas de
agua. La explosión causó la muerte de dos oficiales y 258 hombres de la
tripulación.
El
hundimiento del Maine fue sujeto de investigación por ambos gobiernos y de
interés de la comunidad internacional. Los norteamericanos alegaban que la
destrucción de la embarcación se debió a minas colocadas por los españoles en
la bahía; por su lado, los ibéricos sostenían que la explosión había sido ocasionada
en su interior.
De
acuerdo a los peritos comisionados por el gobierno norteamericano, el Maine
había sido destruido por la explosión de una mina submarina. Por el contrario, los peritos españoles, en
un luminoso informe, demostraban que la explosión había sucedido en el interior
de la embarcación descartando cualquier complot criminal, y sí resultado de un
accidente. Según Rivero, peritos
imparciales norteamericanos combatieron, por absurda, la opinión de la supuesta
mina. Menciona Rivero: Pero es preciso consignar que el Maine voló,
como vuelan cada año en Europa y América más de 20 almacenes de dinamita y de
pólvora; como volaron , en Miraflores, numerosas cajas de pólvora, por descuido
de los hombres o por reacciones químicas, desconocidas, entre los componentes
de los modernos explosivos. Continúa Rivero: He leído luminosos artículos de marinos norteamericanos, y todos
refutan el que la explosión de Maine fuese exterior. Todos convienen en que el algodón-pólvora,
carga de los torpedos, se descompone en climas calientes, despidiendo gases
capaces de combustión espontánea. Así, y por eso, voló, en un puerto del Japón,
el famoso acorazado Mikasa.
Cuatro
años más tarde, el ingeniero y vicealmirante americano Mr. George W. Melville
publicaba un informe científico concluyendo que el hundimiento del Maine había
sido resultado de una explosión interior, y de ninguna forma resultado de un
ente externo. Rivero nos narra que Melville terminó su carta explicativa con las
siguientes palabras: Tenemos hoy una
opinión más elevada de carácter y la virilidad del soldado español. El valor
del almirante Cervera, de sus oficiales y tripulaciones, al salir a una
inevitable derrota, en un supremo esfuerzo para sostener el honor de su
bandera, nos prueba, fuera de toda duda, que tales hombres no son capaces de
haber cometido el crimen que tan gratuitamente se les ha achacado. Durante toda
la guerra han demostrado los españoles que saben morir como deben hacerlo los
soldados, y hombres como éstos no sancionarían, y mucho menos tomarían parte en
acto alguno indigno de militares que saben combatir con valor y morir con honor.
Haciendo
caso omiso de las investigaciones y alegaciones españolas, el Gobierno de
Washington expresó su grito de guerra, Remember
the Maine, aprobando la declaración de guerra.
En sus
memorias, el Capitán Rivero menciona la falta de interés del gobierno de los
Estados Unidos en ocupar la isla de Puerto Rico. Citando a Teodoro Roosevelt, el Capitán
menciona: No hemos concedido a su isla un
solo pensamiento, ni tengo un solo dato sobre la preparación de la probable
guerra, no había pensado en Puerto Rico. No fue sino por la insistencia de dos
puertorriqueños, los señores Julio J. Hanna y Roberto H. Todd, fieles
partidarios de la anexión de la Isla al ya imperio, que se ocuparon de
cabildear ante el gobierno norteamericano para que invadieran a Puerto Rico y
lo despojara del gobierno español. De
nada valió los intentos del insigne Eugenio María de Hostos para detener los
esfuerzos de Hanna y Todd que resultaron en la invasión norteamericana a Puerto
Rico. Menciona Rivero: … ellos y solo
ellos, actuando sobe el impetuoso carácter de Roosevelt, iniciaron una sucesión
de eventos históricos que culminaron el 18 de octubre al izarse la bandera
americana en los castillo de San Juan.
Nos
señala Rivero, que allá en el exilio, el no menos ilustre, don Ramón Emeterio
Betánces, clamaba: ¿Qué hacen los
puertorriqueños? ¿Cómo no aprovechan la oportunidad de un bloqueo para
levantarse en masa? Urge que al llegar a tierra las vanguardias del Ejército
americano sean recibidas por fuerzas puertorriqueñas, enarbolando la bandera de
la independencia, y que sean éstas quienes les den la bienvenida. Cooperen los
norteamericanos, en buena hora, a nuestra libertad; pero no ayuden el país a la
anexión. Si Puerto Rico no actúa rápidamente será para toda la vida una colonia
norteamericana.
Luego de
la victoria norteamericana en la invasión a Puerto Rico, el honroso Capitán
Rivero tuvo a su cargo la entrega de la Isla al gobierno de Washington.
Detalles de ese proceso se encuentran reseñados en su Crónicas de la Guerra
Hispano Americana.
En contra
de los esfuerzos del nuevo gobierno colonial de enamorar al Capitán Rivero para
que formara parte de nuevo régimen, este mantuvo su determinación de abandonar
el servicio militar y comenzar su vida como ciudadano civil y alcanzar gran
éxito como literato, periodista e industrial. Entre sus
logros podemos mencionar, la fundación de la fábrica de gaseosas, El
Polo Norte, edificio que todavía se mantiene en la calle Tetuán del Viejo San
Juan, la Ermita de Nuestra Señora de Lourdes en Trujillo Alto, y su legado
histórico y literario.
La vida
del ilustre puertorriqueño culmina trágicamente el domingo 23 de febrero de
1930. El Monseñor Fernando B. Felices Sánchez
escribía con galanes palabras sobre el Capitán Rivero: El
capitán Ángel Rivero Méndez víctima de una profunda depresión, cuyas causas no
vamos aquí a teorizar ni el resultado a juzgar, se suicida en su casa de
Trujillo Alto (Villa Manuela), el domingo 23 de febrero de 1930, mientras su
esposa, Doña Manuela, atendía la misa en la Ermita
Nuestra Señora de Lourdes. La casa, de estilo francés, estaba relativamente
cerca de la Ermita y el disparo fue escuchado por los feligreses quienes
acudieron rápidamente para encontrarlo ya sin vida. El capitán Rivero, que está
enterrado junto a su esposa en el Cementerio del Viejo San Juan (fuera del
recinto original) al pie de las murallas que una vez
supo defender, fue sin duda un hombre ilustrado, conocedor de sus oficios, de
alto sentido del honor y que conoció y contó con la amistad de muchos de los
hombres importantes de su época y de los protagonistas de la guerra. Pero por
sus posturas políticas y militares también se hizo de grandes enemistades como
las del general Ortega,
el general Camó, jefe del Estado Mayor, la de Mariano Abril con quien incluso
se llegó a batir en duelo en Ponce en 1895 y la de otros personajes ilustres
del patio. Rivero supo reconciliarse con muchos de sus enemigos y así lo hizo
con Ortega
y con Abril, pero creemos que nunca lo pudo hacer con Camó a quien siempre
acusó de ser responsable de la pérdida del espíritu de lucha en Puerto Rico
durante la guerra del 98. También se ganó algunos enemigos tras la publicación
del libro. Es por eso que no causa extrañeza que Rivero sea un personaje relegado
de nuestra historia ya que sus actitudes políticas durante y después del
periodo español, unido a "detalles" que se pueden entrever en su
libro y que no dejan bien parados a algunos (según la óptica con que se miren)
lo hicieron un hombre "olvidable". Don Angel y Doña
Manuela no tuvieron descendientes.
Termino
este breve recuento con la poesía dedicada al Capitán Rivero por mi tío abuelo,
Juan Diez de Andino Adsuar en su libro Estampas
en Cobre (1957).
REMIGIO
NOS CUENTA…
A mi tío
Ángel Rivero Méndez,
capitán de artillería.
Remigio nos cuenta las cosas pasadas,
alegres y tristes que no han de volver…
Engaños y dudas, eternas miradas,
sonrisas malignas, rubor de mujer…
Nos cuenta en su prosa, viril y elegante,
Conquistas de aceros y lances de amor…
Prestigios caídos al choque enervante
De espadas desnudas de gran resplandor…
Posee copiosos y antiguos legajos
en donde se fraguan los finos trabajos
que bruñe su pluma con tintas de sol…
Despierta temprano al toque de diana
y salta ligero, como una campana
que alegra sus notas con el arrebol…
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José Luis
de Chabert Llompart
Noviembre
de 2014
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