sábado, 6 de diciembre de 2014


Notas del Subsuelo III

 

La Muerte Noble del Coronel Teniente Francisco  Puig

 

Y así, como aquella hoja de limpio y bruñido acero toledano, fue la vida del teniente coronel Francisco Puig, a quien errores y nervosidades que otros necesitaban disculpar, pusieron en la sien el cañón de su revólver.

Ángel Rivero Méndez

Crónicas de la Guerra Hispano-americana en Puerto Rico

 La triste retirada

En este breve relato intento intercalar algunos eventos que sucedieron durante la Guerra Hispano-americana respectivo al coronel teniente español Francisco Puig.  Francisco Puig nació en Madrid el día 19 de enero de 1852. Después de participar en varias batallas con el ejército español, su última jornada la cumplió en Puerto Rico durante la Guerra Hispano-Americana.

La biografía y detalles de la vida de Francisco Puig  se pueden obtener en libros, tales como Crónicas de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico por Ángel Rivero Méndez, y en las redes cibernéticas.

En estos momentos mi narración se limita a momentos finales de su honrosa y vida militar según y su triste final según narrada por el Capitán Rivero.

Narra el Capitán Rivero en sus crónicas carta escrita por el teniente Colorado refiriéndose  a la jornada de retirada bajo el comando del bizarro teniente coronel Francisco Puig: Cuando salimos de la hacienda Franceschi, recibí órdenes de ir con cuatro guerreros hasta Peñuelas, con  objeto de ver si este pueblo estaba ocupado por el enemigo, y como nada vi, regresé, dando cuenta en mi comisión al Jefe de la columna, y toda ésta siguió hasta llegar a dicha población, donde se pasó la noche bastante bien; el día 29, muy temprano, emprendimos la marcha por el camino de Adjuntas, hacia la famosa y empinada cuesta, llamada Mata de Plátano.  Llovía torrencialmente; hombres y caballos rodaban por tierra a cada momento; el cansancio, rayano en desesperación, se apoderaba de los soldados, y por esto, el Teniente  Coronel Puig, y para llegar al pueblo de Adjuntas en la fecha que se le había fijado, sacrificó su impedimenta, incluso las mochilas de la tropa, que quedaron abandonadas en la cuneta del camino.

Más adelante continua Rivero en su narración: Siempre bajo la lluvia, que nos calaba hasta los huesos, continuamos hacia arriba, hambrientos los soldados y chorreando agua los uniformes, llegamos a media cuesta, cuando, súbitamente, sonó una descarga de fusilería, que no causó bajas.

Luego de su marcha el grupo comandado por Puig continúa hasta la ciudad de Utuado y luego a la ciudad de Arecibo. El Capitán Rivero narra ese viaje: La columna después de combatir veinticuatro horas sin descanso ni comida, acababa de cruzar toda la Isla de Sur a Norte, en plena estación de lluvias, sin bagajes y sin provisiones.  El teniente coronel Puig, durante el camino, iba enviando a sus casas a los pocos voluntarios que le seguían.  Ya muy cerca de Arecibo…el teniente coronel Ernesto Rodrigo, enemigo personal de Puig, a quien después de saludar ceremoniosamente, hizo entrega de un telegrama.

El telegrama estaba firmado por el coronel Camó, jefe del Estado Mayor indicando a Puig que entregase el  mando al teniente coronel Rodrigo. Entre las razones para suspenderlo del mando estaba varios sucesos ocurridos durante su trayectoria después del combate de Yauco y sobre todo, que justificara el abandono de la impedimenta.

Las justificaciones y explicaciones del teniente coronel Puig ante el jefe del Estado Mayor no rindieron ningún cambio favorable, y por el contrario, recibió un segundo telegrama que sin duda afectó el ánimo del valiente militar, pues aludía a su falta de honor como oficial.

El Capitán Rivero narra, con gran pesadumbre y sutileza los últimos momentos de primer oficial:: Aquella noche permaneció intacta la cama de primer jefe de Patria y, ya de madrugada, vistiendo de uniforme y con todas sus armas, salió para la playa, al llegar allí, desenvainó el sable, clavólo en la arena profundamente, y, al mismo tiempo que su mano izquierda se apoyaba en la vaina de aceros, se disparó un tiro de revolver  sobre la sien derecha, cayendo a tierra y doblando al caer la vaina del sable.

Comenzaba la alborada del día 2 de agosto de 1898 cuando un pescador, que marchaba con sus redes, descubrió el cadáver; el fresco de la madrugada había velado el cuerpo con un sudario de menudas gotas de roció; rompía el sol en bello crepúsculo y su primeros rayos reflejaron en la hoja del sable, clavada cerca del muerto, como fiel centinela que por toda una última noche veló junto al cuerpo  de su señor. Y así, como aquella hoja de limpio y bruñido acero toledano, fue la vida del teniente coronel Francisco Puig, a quien errores y nervosidades que otros necesitaban disculpar, pusieron en la sien el cañón de su revólver.

 

Por José L. de Chabert Llompart,

 Noviembre 2014

Notas del Subsuelo II

El Capitán Ángel Rivero Méndez, “Un hombre olvidable”

 “Más luego, cuando ya la tierra, tierra de su tierra, había llenado por completo la sepultura, el cornetín de orden tocó silencio, el silencio eterno, y las notas tristes y prolongadas del toque, como largos lamentos, vibraron en el espacio de la tarde agonizante, hasta ir a contar a los dos castillos que fueron campo de su mando en el período más álgido de su vida, la triste nueva de la muerte, de la eterna desaparición de aquel soldado valiente y caballeroso, que tantas veces paseó por sus almenas su figura arrogante y su valor patriótico”.

A la memoria de Don Ángel Rivero Méndez por Conrado Asenjo, "El Mundo", Marzo 19, 1930.

 

Por razones que no puedo explicarme, en estos días llega a mis recuerdos el Capitán Ángel Rivero Méndez, conocido también en sus escritos por el pseudónimo, Remigio.  De más está mencionar que no conocí al capitán Rivero, pues murió allá para el 1930, mucho antes de mi nacimiento.  Conocí sobre la existencia del Capitán cuando joven, visitando a mi abuela en su casa en Santurce, no sé por qué razón, ésta me entregó en pedazo de papel de estraza una brevísima nota: El Capitán Rivero era mi tío.  Ese pedazo de papel lo guardé en el rincón de los recuerdos. 

Años más tardes, una de mis hermanas contrajo nupcias en la ermita en el barrio las Cuevas en Trujillo Alto, conocida por la Gruta de Lourdes. La Gruta de Lourdes fue construida por el Capitán Rivero y su esposa Manuela Boneta y Babel en su finca conocida como Villa Manuela. Doña Manuela era tía abuela de mi abuela Carolina Clotilde de las Mercedes Diez de Andino y Adsuar.

Llama sobremanera nuestra atención la antigua estructura que compone la ermita y las efigies, obras del escultor italiano Enrico Arrighini, con mármol de Pietrasanta, Italia, dispersas por el campo que inspiran hasta el menos creyente a caminar el Vía Crucis costumbre en la Semana Santa.

Ángel Rivero Méndez nació en Trujillo Bajo en el año  de 1856, hijo de don Juan Rivero y doña Rosa Méndez, oriundos de las islas Canarias españolas. El Capitán Ángel Rivero Méndez durante la guerra hispano americana tuvo a su cargo la defensa del Fuerte de San Cristóbal, que junto a los cañones  del Morro combatieron a la armada norteamericana que bombardeaban la Capital la mañana del 12 de mayo de 1898. Luego de la derrota, y rendimiento del gobierno español,  Rivero tuvo el encargo entregar al gobierno norteamericano la Isla de Puerto Rico. Entre sus obras literarias se destaca Crónicas de la Guerra Hispano Americana en Puerto Rico donde  narra extensamente los sucesos de la guerra.

No es mi intención en este breve relato realizar una revisión de su biografía, pues está disponible la literatura, en los medios cibernéticos; en el libro Desde mi Rascacielos de Don Juan Diez de Andino (1963), (mi tío abuelo) y en el magnífico libro titulado Remigio, Historia de un hombre, Las Memorias de Ángel Rivero Méndez, producido por la profesora Dra. María de los Ángeles Castro. No obstante, releyendo su libro sobre la guerra hispano americana encuentro un pasaje que me llama la atención y me remonta a lo que hemos aprendido como parte de la historia de nuestro país, el popular grito de guerra Remember the Maine, utilizado por el gobierno norteamericano para justificar el comienzo de la guerra y expatriar al gobierno español del territorio antillano.

La acorazada embarcación llamada Maine había sido inaugurada en el 1895, tres años antes de que volara en pedazos y se hundiera en el puerto de la Habana, Cuba.  El crucero Maine se encontraba estacionada en el puerto de la Habana como parte de una visita amistosa. Para el momento las relaciones entre el gobierno norteamericano y el español estaban ya muy tirantes por lo que el hundimiento del Maine fue el ingrediente que faltaba para el inicio de la guerra.

El Capitán Rivero en su crónica describe el suceso: El 15 de febrero, a las nueve y cuarenta de la noche, una terrible explosión, seguida de otra menos intensa, destruyó completamente toda la proa del crucero, que se hundió de aquella parte, hasta tocar fondo, en 11 brazas de agua. La explosión causó la muerte de dos oficiales y 258 hombres de la tripulación.

El hundimiento del Maine fue sujeto de investigación por ambos gobiernos y de interés de la comunidad internacional. Los norteamericanos alegaban que la destrucción de la embarcación se debió a minas colocadas por los españoles en la bahía; por su lado, los ibéricos sostenían que la explosión había sido ocasionada en su interior.

De acuerdo a los peritos comisionados por el gobierno norteamericano, el Maine había sido destruido por la explosión de una mina submarina.  Por el contrario, los peritos españoles, en un luminoso informe, demostraban que la explosión había sucedido en el interior de la embarcación descartando cualquier complot criminal, y sí resultado de un accidente. Según Rivero,  peritos imparciales norteamericanos combatieron, por absurda, la opinión de la supuesta mina.  Menciona Rivero: Pero es preciso consignar que el Maine voló, como vuelan cada año en Europa y América más de 20 almacenes de dinamita y de pólvora; como volaron , en Miraflores, numerosas cajas de pólvora, por descuido de los hombres o por reacciones químicas, desconocidas, entre los componentes de los modernos explosivos. Continúa Rivero: He leído luminosos artículos de marinos norteamericanos, y todos refutan el que la explosión de Maine fuese exterior.  Todos convienen en que el algodón-pólvora, carga de los torpedos, se descompone en climas calientes, despidiendo gases capaces de combustión espontánea. Así, y por eso, voló, en un puerto del Japón, el famoso acorazado Mikasa.

Cuatro años más tarde, el ingeniero y vicealmirante americano Mr. George W. Melville publicaba un informe científico concluyendo que el hundimiento del Maine había sido resultado de una explosión interior, y de ninguna forma resultado de un ente externo.  Rivero nos narra que  Melville terminó su carta explicativa con las siguientes palabras: Tenemos hoy una opinión más elevada de carácter y la virilidad del soldado español. El valor del almirante Cervera, de sus oficiales y tripulaciones, al salir a una inevitable derrota, en un supremo esfuerzo para sostener el honor de su bandera, nos prueba, fuera de toda duda, que tales hombres no son capaces de haber cometido el crimen que tan gratuitamente se les ha achacado. Durante toda la guerra han demostrado los españoles que saben morir como deben hacerlo los soldados, y hombres como éstos no sancionarían, y mucho menos tomarían parte en acto alguno indigno de militares que saben combatir con valor y morir con honor.

Haciendo caso omiso de las investigaciones y alegaciones españolas, el Gobierno de Washington expresó su grito de guerra, Remember the Maine, aprobando la declaración de guerra.

En sus memorias, el Capitán Rivero menciona la falta de interés del gobierno de los Estados Unidos en ocupar la isla de Puerto Rico.  Citando a Teodoro Roosevelt, el Capitán menciona: No hemos concedido a su isla un solo pensamiento, ni tengo un solo dato sobre la preparación de la probable guerra, no había pensado en Puerto Rico.  No fue sino por la insistencia de dos puertorriqueños, los señores Julio J. Hanna y Roberto H. Todd, fieles partidarios de la anexión de la Isla al ya imperio, que se ocuparon de cabildear ante el gobierno norteamericano para que invadieran a Puerto Rico y lo despojara del gobierno español.  De nada valió los intentos del insigne Eugenio María de Hostos para detener los esfuerzos de Hanna y Todd que resultaron en la invasión norteamericana a Puerto Rico. Menciona Rivero: … ellos y solo ellos, actuando sobe el impetuoso carácter de Roosevelt, iniciaron una sucesión de eventos históricos que culminaron el 18 de octubre al izarse la bandera americana en los castillo de San Juan.

Nos señala Rivero, que allá en el exilio, el no menos ilustre, don Ramón Emeterio Betánces, clamaba: ¿Qué hacen los puertorriqueños? ¿Cómo no aprovechan la oportunidad de un bloqueo para levantarse en masa? Urge que al llegar a tierra las vanguardias del Ejército americano sean recibidas por fuerzas puertorriqueñas, enarbolando la bandera de la independencia, y que sean éstas quienes les den la bienvenida. Cooperen los norteamericanos, en buena hora, a nuestra libertad; pero no ayuden el país a la anexión. Si Puerto Rico no actúa rápidamente será para toda la vida una colonia norteamericana.

Luego de la victoria norteamericana en la invasión a Puerto Rico, el honroso Capitán Rivero tuvo a su cargo la entrega de la Isla al gobierno de Washington. Detalles de ese proceso se encuentran reseñados en su Crónicas de la Guerra Hispano Americana.

En contra de los esfuerzos del nuevo gobierno colonial de enamorar al Capitán Rivero para que formara parte de nuevo régimen, este mantuvo su determinación de abandonar el servicio militar y comenzar su vida como ciudadano civil y alcanzar gran éxito como literato, periodista e  industrial.  Entre sus  logros podemos mencionar, la fundación de la fábrica de gaseosas, El Polo Norte, edificio que todavía se mantiene en la calle Tetuán del Viejo San Juan, la Ermita de Nuestra Señora de Lourdes en Trujillo Alto, y su legado histórico y literario.

La vida del ilustre puertorriqueño culmina trágicamente el domingo 23 de febrero de 1930.  El Monseñor Fernando B. Felices Sánchez escribía con galanes palabras sobre el Capitán Rivero: El capitán Ángel Rivero Méndez víctima de una profunda depresión, cuyas causas no vamos aquí a teorizar ni el resultado a juzgar, se suicida en su casa de Trujillo Alto (Villa Manuela), el domingo 23 de febrero de 1930, mientras su esposa, Doña Manuela, atendía la misa en la Ermita Nuestra Señora de Lourdes. La casa, de estilo francés, estaba relativamente cerca de la Ermita y el disparo fue escuchado por los feligreses quienes acudieron rápidamente para encontrarlo ya sin vida. El capitán Rivero, que está enterrado junto a su esposa en el Cementerio del Viejo San Juan (fuera del recinto original) al pie de las murallas que una vez supo defender, fue sin duda un hombre ilustrado, conocedor de sus oficios, de alto sentido del honor y que conoció y contó con la amistad de muchos de los hombres importantes de su época y de los protagonistas de la guerra. Pero por sus posturas políticas y militares también se hizo de grandes enemistades como las del general Ortega, el general Camó, jefe del Estado Mayor, la de Mariano Abril con quien incluso se llegó a batir en duelo en Ponce en 1895 y la de otros personajes ilustres del patio. Rivero supo reconciliarse con muchos de sus enemigos y así lo hizo con Ortega y con Abril, pero creemos que nunca lo pudo hacer con Camó a quien siempre acusó de ser responsable de la pérdida del espíritu de lucha en Puerto Rico durante la guerra del 98. También se ganó algunos enemigos tras la publicación del libro. Es por eso que no causa extrañeza que Rivero sea un personaje relegado de nuestra historia ya que sus actitudes políticas durante y después del periodo español, unido a "detalles" que se pueden entrever en su libro y que no dejan bien parados a algunos (según la óptica con que se miren) lo hicieron un hombre "olvidable". Don Angel y Doña Manuela no tuvieron descendientes.

Termino este breve recuento con la poesía dedicada al Capitán Rivero por mi tío abuelo, Juan Diez de Andino Adsuar en su libro Estampas en Cobre (1957).

 

REMIGIO NOS CUENTA…

A mi tío Ángel Rivero Méndez,

capitán de artillería.

 

Remigio nos cuenta las cosas pasadas,

alegres y tristes que no han de volver…

Engaños y dudas, eternas miradas,

sonrisas malignas, rubor de mujer…

 

Nos cuenta en su prosa, viril y elegante,

Conquistas de aceros y lances de amor…

Prestigios caídos al choque enervante

De espadas desnudas de gran resplandor…

 

Posee copiosos y antiguos legajos

en donde se fraguan los finos trabajos

que bruñe su pluma con tintas de sol…

Despierta temprano al toque de diana

y salta ligero, como una campana

que alegra sus notas con el arrebol…










José Luis de Chabert Llompart
Noviembre de 2014